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Opinión: El señor de la guerra

Se trata del arma más vendida de la historia y existen 100 millones de ejemplares en circulación

A raíz de los atentados perpetrados en diferentes zonas del viejo continente, y en otras partes del mundo, y cuando la mayoría de nosotros pensamos en el rostro del terror, nos vienen a la mente imágenes de terroristas y fanáticos religiosos. Aparte de que los propios medios de comunicación no están haciendo bien su trabajo, pocos de nosotros nos detenemos a pensar sobre un objeto que se coloca a la vanguardia de los conflictos humanos actuales. En contraste con la magnitud de los hechos, nuestro objeto pasa desapercibido con sus 3,5 kilogramos de peso y menos de un metro de largo.

Es el AK-47 o más conocido coloquialmente como Kalashnikov. Este fusil de asalto ruso es el arma de todas las guerras. Los tres productos más exportados por Moscú son el caviar, el vodka y el AK-47. Mientras la Unión Europea trata de hacer frente al Estado Islámico de forma estéril, el comercio de armas sigue a pleno funcionamiento y es tan lucrativo que no existe un interés real de echar el cierre. Pagan por él terroristas, soldados, guerrilleros, narcotraficantes… Se trata del arma más vendida de la historia y existen 100 millones de ejemplares en circulación. Casi un cuarto de millón de personas mueren cada año tras recibir el impacto de sus balas, entre ellos, y por poner un ejemplo, los innumerables muertos que manchan la tierra de los países envueltos en conflictos bélicos actuales. Al señor de la guerra no le tiembla el pulso. Se muestra frío, impasible. No muestra piedad y no falla. Haya lluvia, viento o esté cubierto de barro el señor de la guerra disparará. Está tan bien diseñado que raramente se encasquilla. A priori se puede pensar que un arma tan eficiente es difícil y cara de conseguir. Nada más lejos de la realidad. Un AK-47 puede conseguirse por un precio que ronda entre los 400 y 500 euros en el mercado negro. Listo para cumplir su tarea.

Se habla de contraatacar al Estado Islámico en territorio sirio, en desarticular grupos armados en distintas partes del mundo y en perseguir y condenar actos de barbarie en sociedades tercermundistas. Nadie habla de bajar al señor de la guerra de su trono. No se ponen medios ni acuerdos internacionales para frenar el tráfico de armas y en materia de yihadismo el máximo organismo europeo debe entonar el mea culpa. “Mantén cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos”, aseguraba Michael Corleone en la celebérrima cinta de Coppola: El Padrino.

Cuando nos hacen creer que Bruselas es el faro, la vanguardia occidental contra la barbarie terrorista, resulta que Bélgica ha sido uno de los centros neurálgicos europeos más importantes para los traficantes de armas en los últimos años. Admitámoslo, la rueda que rige el mundo es la economía y el señor de la guerra, aunque nos duela, parece ser un mal necesario. Quizá algún día, el hombre abra los ojos y el impertérrito AK-47 se vea obligado a abdicar, pero mientras tanto su imperio sangriento sigue en plena forma.