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La cuarta dimensión de KLIMT

En estos días tan duros para nosotros, tengamos como aliada la cultura. Nos aporta el saber, nos distrae y conecta con nuestro subconsciente en muchas ocasiones.

En esta ocasión quiero hablaros de un autor clave en nuestra sociedad, de Gustave Klimt, muy aclamado y conocido por sus pinturas realistas, pero con toques artísticos muy modernos y distintivos. Pero bueno, ¿sabíais estas características de sus obras?

Klimt desde un principio, va a realizar bocetos previos para sus dibujos. Y en muchas ocasiones, esbozaba escenas pornográficas de forma explícita. Esto le permitía conectar con las figuras anatómicas y captar la simbología de la escena para poder vislumbrarla después los espectadores en el cuadro.

Tanto él como sus amigos, como Egon Schielle, tenían la costumbre de leer lecturas pornográficas y de esa forma adquirían inspiración para sus cuadros.

En el caso del cuadro de “Judit I, 1901”

Presenta un cuerpo desnudo, tomado totalmente del natural, realista. Incorporando efectos expresivos en determinadas partes de la cabeza, por ejemplo, la expresión del rostro. En cuanto a la composición, vemos en la parte trasera escamas, generando un fondo totalmente plano sin profundidad, pero con veracidad. La perspectiva la construye la veladura. Judith se presenta totalmente extasiada, un éxtasis no controlado, producido por mantener la cabeza de Holofernes entre sus brazos.

Klimt desde sus inicios busca un nuevo espacio de representación, de hecho, será el primer artista de occidente que llega a descubrirlo. Aunque en oriente esta innovación ya se aplicaba. ¿En qué consiste? Generar una representación a partir de la abstracción de las formas, aprovechando el espacio.

Judit I, 1901

En la obra de “El friso de Beethoven, 1902

Vemos este recurso. Aparece en la parte derecha tres modelos de mujer, con pelos largos curvilíneos propio del modernismo (erotismo femenino). Otra muchacha con el pelo pelirrojo, signo de lujuria para la religión cristiana y siendo por ello bastante cotizada en los burdeles. Y una tercera muchacha, con pelo dorado, signo de divinidad por ser el pelo que portaba la madre de Jesús.

Al otro lado, encontramos a las tres gracias representadas con un fondo plano, con pequeños fragmentos con tendencia a la regulación. Exponiendo la simbología, del paso de la vida, la idea de la muerte. Y detrás, de ellas aparece la muerte personificada, ellas temerosas intentan huir. De ahí su fisionomía de terror.

En el centro aparece el monstruo enorme, simbolizando la opresión social. Ocupando todo el espacio de la representación, envuelve a los demás personajes.

Como vemos el mural se simplifica por completo y se convierte en una escena abstracta. En la parte baja tenemos un fondo con cierta perspectiva y escenas circulares, incorporando dinamismo a la composición.

En cada cuadro de Klimt, la simbología es protagonista, es decir, todo lo que se expone tiene oculto un significado. Y en esta ocasión, el lenguaje femenino y su representación formal ha estado presente.

El friso de Beethoven, 1902

En el “Retrato de Adele Bloch-Bauer I, 1907”,

emos mucho mejor la búsqueda de la cuarta dimensión compositiva. Los volúmenes se han acomodado al plano, con vibraciones de color, con un sentido decorativo que vislumbramos en el cuello naturalista. Los elementos dorados se funden en la composición artística.

Retrato de Adele Bloch-Bauer I, 1907

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